Uno de los mejores momentos de La vuelta de Martín Fierro, la secuela de El gaucho Martín Fierro, que José Hernández escribió en 1879, está marcado por la presencia del Viejo Viscacha (tal la denominación que le da el autor y no “Vizcacha”, como se empeñan en denominarlo muchos docentes, críticos y reseñistas). El Viejo Vizcacha personifica al gaucho bandido y ladino que aprovecha cualquier circunstancia para obtener una ventaja y que no duda en practicar el robo o el engaño para salirse con la suya. A este viejo sinvergüenza le otorgan el cuidado, en calidad de tutor, de uno de los hijos de Martín Fierro y es en el relato de éste cuando aparece resumida la vida y la obra de Viscacha. Dividido en cinco cantos – “El Viejo Vizcacha”, “Consejos del Viejo Vizcacha”, “Muerte del Viejo Viz cacha”, “El inventario de sus bienes” y “El entierro”- los sucesos referidos sobre este personaje constituyen un auténtico libro dentro del texto mayor que los presenta.
La milonga es el ritmo musical típico de Argentina y de Uruguay. Sus diferencias con el tango son bastante acusadas, aunque tengan en común el ritmo de 2/4 ó 4/4. Las letras de la milonga son más pícaras y el ritmo más “chispeante” y ligero que el tango. Pero milonga también se utiliza para denominar al lugar donde se baila tango, milonga e incluso otros bailes sociales.
Como baile y género musical, su origen es discutible, unos dicen que apareció antes que el tango otros que después. Lo que es indiscutible es que en un principio existía una música del campo, de la Pampa, que se extendió a las zonas arrabaleras del Río de la Plata conteniendo elementos afro, danzas criollas y europeas, de los inmigrantes y que era cantada (posteriormente se le añadió la danza).
Hacia 1900 apareció un tango-milonga, con un ritmo más alegre, más vivo, y cuyo baile se realizaba sin quebradas (son las figuras eróticas del tango bailado en los arrabales) sin ese contacto de los cuerpos, no dejando sin embargo de ser un baile sensual.
Más tarde aparece la milonga ciudadana, llamada también urbana con el tema Milonga sentimental de Sebastián Piana, mientras que a la anterior se la denominó milonga campera, diferenciándose en el ritmo más vivo de la primera, pero siendo similares ambas al tango en cuanto a instrumentación. A esta también se la conocía como la milonga de los pobres. Resumiendo, la milonga bailada en las zonas rurales, la campera, influyó bastante en la creación del tango, sin embargo la milonga que hoy se baila, es descendiente del tango.
La milonga, si bien tiene pasos del tango (que habría que adaptar al ritmo milonguero), tiene sus propias figuras que hacen que sea singular. Lo básico es saber pisar el piso y llevar el ritmo. Ese sería el problema para un principiante: adaptar las pisadas al ritmo vibrante de la milonga.
La postura de los bailarines: Pueden estar con los torsos (forma de V invertida: Λ) en contacto o no, depende de la comodidad de la pareja, pero en postura cerrada, o abrazo, aunque en niveles avanzados se pueden realizar pasos sin contacto, en espejo. La mano derecha de la mujer puede estar en el bíceps del hombre, en el hombro, o en la espalda, dependiendo de la altura del hombre, pero siempre de forma relajada y sensual.
El paso estrella de la milonga es el denominado “baldosa”, ejecutado en seis tiempos, que se puede realizar cerrando los pies o seguir caminando para enlazar con la siguiente figura.
De origen humilde, los comienzos de Juan Carlos Altavista se remontan al Teatro Infantil Lavardén. En este teatro tuvo como compañeras a Julia Sandoval y a Beba Bidart, ya encaminado en el ambiente artístico aprendió de actores como Narciso Ibáñez Menta, Francisco Petrone y Luis Sandrini. Con Raquel Álvarez, su mujer de toda la vida, tuvo tres hijos: Maribel -esposa del comediante Miguel Ángel Rodríguez-, Ana Clara y Juan Gabriel. «Mi mujer, sinceramente es lo más lindo que me paso en la vida», diría Altavista dos años antes de morir. Fotografía de Juan Carlos Altavista con autógrafo: «Recuerdo afectuoso de JC Altavista». El personaje que lo hizo famoso fue Minguito Tinguitella, nacido de una idea de Juan Carlos Chiappe. Se trataba de un ciruja que trabajaba en la quema -como se le llama en Argentina al vertedero o basurero-, tirando de un carro. Vestía boina y alpargatas. Tuvo mucho éxito en radio y teatro. Tiempo después Minguito se suma a Polémica en el bar, un sketch en el programa cómico televisivo Operación Ja Ja que más tarde se presentó como programa autónomo, con la participación de Jorge Porcel, Fidel Pintos, Javier Portales, Vicente La Russa, Mario Sánchez y Adolfo García Grau. Desde ese momento Minguito cambió su vestimenta, a raíz de un juego simbólico de Altavista que quiso hacerle un homenaje a su padre, a quien no pudo acompañar al fallecer. Más tarde, en un reportaje, el actor diría: "Me puse ropas de él. Su sombrero, el saco, la camisa, el echarpe, un cinto grueso de cuero. Y le agregué zapatillas de paño y palillo en la boca". Altavista actuó además en numerosas películas de diversos géneros, en muchas de ellas con su personaje Minguito, destacándose siempre por su comicidad. Entre otros premios, en 1981 obtuvo el Diploma al Mérito de los Premios Konex como uno de los más importantes actores cómicos de Argentina, consiguiendo además el Konex de Platino. Falleció el 20 de julio de 1989 de un ataque cardíaco, debido a que padecía una enfermedad llamada síndrome de Wolff-Parkinson-White, que le producía taquicardias paroxísticas (aceleración con descontrol del ritmo cardíaco). Frases[editar] «¡Que hacé’ tri tri!» (¡cómo estás, Strip Tease!). «Hay que levantarle un manolito» (por monolito, y éste por ‘monumento’). «¡Sé ’gual!» (‘es igual’). «Escuchame... ¿y si la hacemos yirar?» (‘¿y si la hacemos trabajar como prostituta para nuestro provecho?’). «¡Gomía!» (‘amigo’).
Si se calla el cantor calla la vida porque la vida misma es todo un canto. Si se calla el cantor muere de espanto la esperanza, la luz y la alegría.
Si se calla el cantor se quedan solos los humildes gorriones de los diarios. Los obreros del puerto se persignan, quien habrá de luchar por sus salarios.
Qué ha de ser de la vida si el que canta, no levanta su voz en las tribunas, por el que sufre, por el que no hay ninguna razón que lo condene a andar sin manta.
Si se calla el cantor muere la rosa, de qué sirve la rosa sin el canto. Debe el canto ser luz sobre los campos, iluminando siempre a los de abajo.
Que no calle el cantor porque el silencio, cobarde apaña la maldad que oprime. No saben los cantores de agachadas, no callarán jamás de frente al crimen.
Que se levanten todas las banderas, cuando el cantor se plante con su grito, que mil guitarras desangren en la noche, una inmortal canción al infinito.
Si se calla el cantor... calla la vida.
Biografía, primeros años
Su padre, Jorge Rodríguez, era un indígena correntino, y su madre, Feliciana Cereijo de Rodríguez, había nacido en León(España).
Su padre trabajaba como hachero de la empresa británica La Forestal cuando el 15 de mayo de 1925, cerca de Guasuncho o de Intillaco, en pleno monte del Chaco Austral, nació el antepenúltimo de 14 hermanos, Eraclio Catalín, aunque fue anotado en la cercana localidad de Las Garzas, y quien pasará su infancia en Alto Verde (distrito que actualmente forma parte de la ciudad de Santa Fe).
De niño gustaba de la música, del canto, y aprendió a guitarrear con el maestro Santiago Aicardi. En 1943 viajó a Buenos Aires a intentar con el canto. Vivió en una pensión, y cantaba en el Barrio de la Boca, en el boliche La Rueda, sobreviviendo. Trabajó luego embarcado de cocinero, y también como foguista. .
Debut
Se inició con la Orquesta de Herminio Giménez, cantando música paraguaya y en idioma guaraní. En 1957 debutó en Radio Belgrano de Buenos Aires, consiguiendo que su interpretación de «El mensú» (de los hermanos Ramón Ayala y Vicente Cidade), se difundiera en las estaciones de radio.
Fue pionero del Festival Nacional de Cosquín en 1961, y fue un clásico, año tras año con conocidas composiciones como «Guitarra de medianoche», «Milonga para mi perro», «La guerrillera», «No sé por qué piensas tú», «Regalito» o «Si se calla el cantor».
Muchas de sus célebres composiciones musicales acompañaron las letras del gran poeta tucumano Juan Eduardo Piatelli, canciones como «Canción del perdón» o «No quisiera quererte», entre tantas otras.
Carrera
Después del derrocamiento de Juan Domingo Perón se afilió al Partido Comunista Argentino, participaba de actos partidarios y decía frases como: «Yo pertenezco al glorioso Partido Comunista», sin embargo, cree que eso no le ayudó en su carrera.
En 1972 filmó su primer largometraje Si se calla el cantor, con Olga Zubarry, sobre el triunfo de un cantante luego de malas experiencias.
En 1974, dirigido por el mismo director Enrique Dawi, filmó La vuelta de Martín Fierro, con Onofre Lovero, un relato de la vida de José Hernández y de su obra.
Durante el mismo 1974 recibe amenazas de muerte, atentados con bombas, de parte del grupo parapolicial Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), es conminado a abandonar el país en 48 horas, y en diciembre debe exiliarse, primero en Venezuela, luego en México y finalmente en España.
La dictadura militar hace desaparecer todos sus discos, además de censurar la difusión de algunas canciones como «La guerrillera» o «Estamos prisioneros», entre otras.2Retorna en diciembre de 1978, y el 20 de enero de 1979 le ponen una bomba en su casa de la calle Manuel Ugarte, en Buenos Aires; decidió permanecer en Argentina, aunque debió realizar espectáculos sólo en el interior del país.
Con el retorno de la democracia, en diciembre de 1983, vuelve a brindar recitales y presentaciones televisivas. En 1989 apoyó la candidatura presidencial de Carlos Saúl Menem, que era su amigo personal. Afirmó haberle dicho: «Carlitos, yo sé que vos no nos vas a defraudar», y que de ahí salió la frase publicitaria que promovió a este político, pero en reiteradas ocasiones Guaraný aclaró que no fue menemista ni apoyó las medidas liberales de los años noventa.
En 1987 actuó en la Fiesta Nacional de la Tradición Frente al Mar en Miramar (provincia de Buenos Aires).
En 1989 adquirió una finca en Luján, llamada Plumas Verdes, según explicación del propio artista en su libro de memorias (Memorias del cantor), llamada así porque queda «en el regocijo del loro», con mucha arboleda añosa, y frutales. Sigue con su arte y oficio de cantar y de escribir hasta el día de hoy, aunque el 24 de octubre de 2009 hizo su último recital en el Luna Park, pero sólo se despidió de aquel local que lo viera más de 20 veces lleno en su carrera. En febrero de 2012 realiza una cuatrilogía contando su vida en forma musical en el Teatro ND Ateneo de Bs As, con 4 conciertos.
En 2015 vuelve a cantar en el festival de doma y folclore de Jesús María, Córdoba. Con 89 años realizo la presentación en el festival invitando al Chaqueño Palavecino a cantar con él.
Enrique Anderson Imbert Argentina: 1910-2000 El leve Pedro
Durante dos meses se asomó a la muerte. El médico refunfuñaba que la enfermedad de Pedro era nueva, que no había modo de tratarse y que él no sabía qué hacer... Por suerte el enfermo, solito, se fue curando. No había perdido su buen humor, su oronda calma provinciana. Demasiado flaco y eso era todo. Pero al levantarse después de varias semanas de convalecencia se sintió sin peso. -Oye -dijo a su mujer- me siento bien pero ¡no sé!, el cuerpo me parece... ausente. Estoy como si mis envolturas fueran a desprenderse dejándome el alma desnuda -Languideces -le respondió su mujer. -Tal vez. Siguió recobrándose. Ya paseaba por el caserón, atendía el hambre de las gallinas y de los cerdos, dio una mano de pintura verde a la pajarera bulliciosa y aun se animó a hachar la leña y llevarla en carretilla hasta el galpón. Según pasaban los días las carnes de Pedro perdían densidad. Algo muy raro le iba minando, socavando, vaciando el cuerpo. Se sentía con una ingravidez portentosa. Era la ingravidez de la chispa, de la burbuja y del globo. Le costaba muy poco saltar limpiamente la verja, trepar las escaleras de cinco en cinco, coger de un brinco la manzana alta. -Te has mejorado tanto -observaba su mujer- que pareces un chiquillo acróbata. Una mañana Pedro se asustó. Hasta entonces su agilidad le había preocupado, pero todo ocurría como Dios manda. Era extraordinario que, sin proponérselo, convirtiera la marcha de los humanos en una triunfal carrera en volandas sobre la quinta. Era extraordinario pero no milagroso. Lo milagroso apareció esa mañana. Muy temprano fue al potrero. Caminaba con pasos contenidos porque ya sabía que en cuanto taconeara iría dando botes por el corral. Arremangó la camisa, acomodó un tronco, tomó el hacha y asestó el primer golpe. Entonces, rechazado por el impulso de su propio hachazo, Pedro levantó vuelo. Prendido todavía del hacha, quedó un instante en suspensión levitando allá, a la altura de los techos; y luego bajó lentamente, bajó como un tenue vilano de cardo. Acudió su mujer cuando Pedro ya había descendido y, con una palidez de muerte, temblaba agarrado a un rollizo tronco. -¡Hebe! ¡Casi me caigo al cielo! -Tonterías. No puedes caerte al cielo. Nadie se cae al cielo. ¿Qué te ha pasado? Pedro explicó la cosa a su mujer y ésta, sin asombro, le convino: -Te sucede por hacerte el acróbata. Ya te lo he prevenido. El día menos pensado te desnucarás en una de tus piruetas. -¡No, no! -insistió Pedro-. Ahora es diferente. Me resbalé. El cielo es un precipicio, Hebe. Pedro soltó el tronco que lo anclaba pero se asió fuertemente a su mujer. Así abrazados volvieron a la casa. -¡Hombre! -le dijo Hebe, que sentía el cuerpo de su marido pegado al suyo como el de un animal extrañamente joven y salvaje, con ansias de huir-. ¡Hombre, déjate de hacer fuerza, que me arrastras! Das unas zancadas como si quisieras echarte a volar. -¿Has visto, has visto? Algo horrible me está amenazando, Hebe. Un esguince, y ya comienza la ascensión. Esa tarde, Pedro, que estaba apoltronado en el patio leyendo las historietas del periódico, se rió convulsivamente, y con la propulsión de ese motor alegre fue elevándose como un ludión, como un buzo que se quita las suelas. La risa se trocó en terror y Hebe acudió otra vez a las voces de su marido. Alcanzó a agarrarle los pantalones y lo atrajo a la tierra. Ya no había duda. Hebe le llenó los bolsillos con grandes tuercas, caños de plomo y piedras; y estos pesos por el momento dieron a su cuerpo la solidez necesaria para tranquear por la galería y empinarse por la escalera de su cuarto. Lo difícil fue desvestirlo. Cuando Hebe le quitó los hierros y el plomo, Pedro, fluctuante sobre las sábanas, se entrelazó con los barrotes de la cama y le advirtió: -¡Cuidado, Hebe! Vamos a hacerlo despacio porque no quiero dormir en el techo. -Mañana mismo llamaremos al médico. -Si consigo estarme quieto no me ocurrirá nada. Solamente cuando me agito me hago aeronauta. Con mil precauciones pudo acostarse y se sintió seguro. -¿Tienes ganas de subir? -No. Estoy bien. Se dieron las buenas noches y Hebe apagó la luz. Al otro día cuando Hebe despegó los ojos vio a Pedro durmiendo como un bendito, con la cara pegada al techo. Parecía un globo escapado de las manos de un niño. -¡Pedro, Pedro! -gritó aterrorizada. Al fin Pedro despertó, dolorido por el estrujón de varias horas contra el cielo raso. ¡Qué espanto! Trató de saltar al revés, de caer para arriba, de subir para abajo. Pero el techo lo succionaba como succionaba el suelo a Hebe. -Tendrás que atarme de una pierna y amarrarme al ropero hasta que llames al doctor y vea qué pasa. Hebe buscó una cuerda y una escalera, ató un pie a su marido y se puso a tirar con todo el ánimo. El cuerpo adosado al techo se removió como un lento dirigible. Aterrizaba. En eso se coló por la puerta un correntón de aire que ladeó la leve corporeidad de Pedro y, como a una pluma, la sopló por la ventana abierta. Ocurrió en un segundo. Hebe lanzó un grito y la cuerda se le desvaneció, subía por el aire inocente de la mañana, subía en suave contoneo como un globo de color fugitivo en un día de fiesta, perdido para siempre, en viaje al infinito. Se hizo un punto y luego nada. FIN
LOS BAILES DEL INTERNADOPublicado el 9 de Noviembre de 2010 por Carlos Araujo
El 21 de setiembre de 1914 los estudiantes universitarios porteños de la Facultad de Medicina, festejaron la llegada de la primavera realizando el primer “Baile del Internado”.
Se llegaba al Internado mediante una rigurosa selección entre los estudiantes que habían prestado servicios gratuitos a los hospitales durante no menos de tres años. Al llegar al quinto año de estudios, accedían mediante un concurso, teniendo en cuenta la antigüedad y el puntaje obtenido en los exámenes. El Internado brindó a los estudiantes con escasos recursos casa, comida y un pequeño sueldo compensatorio por los esfuerzos realizados.
El primer baile se realizó en el “Palais de Glace”, con la participación de la orquesta de Francisco Canaro. En esa oportunidad, Canaro estrenó el tango milonga “Matasano”, dedicado a los internos del Hospital Durand. También Roberto Firpo le dedicó a los Internos del Hospital Ramos Mejía el tango “El apronte”.
Al año siguiente, Francisco Canaro estrenó el tango “El Internado”. Alberto López Buchardo compuso el tango “Clínicas” dedicado a los practicantes de dicho hospital. A partir de 1916, los bailes se realizaron en el “Pabellón de las Rosas”, ubicado en la Avenida Alvear y Tagle.
Entre los participantes había una rivalidad respecto de quien hacía las bromas más pesadas. En este sentido, los estudiantes de Medicina eran los ganadores. Llevaban para sus bromas piezas de la morgue. En una oportunidad ataron un par de manos a unos palos, se vistieron como fantasmas y acariciaban el rostro de las muchachas, ante el desbanfde general. En estas reuniones participaban estudiantes de otras facultades.
Vicente Greco compuso “El anatomista” en 1916. Otro tango fue “La muela careada”. En 1917 José Martínez estrenó “El termómetro”. En ese mismo año Osvaldo Fresedo compuso para los internos del Hospital Fernández el tango “Amoníaco”. El bandoneonista Eduardo Arolas compuso tres tangos para los estudiantes: “Anatomía”, “Rawson” y “Derecho viejo”, este último dedicado a los estudiantes de la Facultad de Derecho.
En 1919 Osvaldo Fresedo compuso el tango “El sexto”, por ser el baile número seis. Augusto Berto compuso “El séptimo” y “La Biblioteca”, dedicado a los socios de la Biblioteca Médica. Ricardo Brignolo compuso los tangos “El octavo” y “El noveno”. En 1923, escribió Brignolo “El décimo”.
Los practicantes también realizaron concursos de espectáculos teatrales en el teatro Victoria, ubicado en Hipólito Irigoyen y San José, con la participación de chicas non-santas, presentando títulos como “Adan y Eva en el paraíso”, “Landrú” y otros.
El 21 de setiembre de 1924, Osvaldo Fresedo estrenó en el Teatro Victoria el tango “El once”, que coincidiría con el undécimo y último baile. Dos semanas y media más tarde, ocurrió un suceso trágico en el Hospital Piñero cuando su administrador, apuntó con un revólver a la cabeza de un estudiante matándolo de un balazo, al repeler una de las tantas bromas estudiantiles. Final para los inolvidable bailes en ese Buenos Aires que se fue
Cuentan que allí estudio el cantante: Alberto Castillo...
viernes, 19 de junio de 2015
20 DE JUNIO: " DÍA DE LA BANDERA ARGENTINA"
Oración a la Bandera
Bandera de la Patria, celeste y blanca, símbolo de la unión y la fuerza con que nuestros padres nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra y del trabajo y la cultura en la paz. Vínculo sagrado e indisoluble entre las generaciones pasadas, presentes y futuras. Juremos defenderla hasta morir antes que verla humillada. Que flote con honor y gloria al frente de nuestras fortalezas, ejércitos y buques y en todo tiempo y lugar de la tierra donde ellos la condujeren. Que a su sombra la Nación Argentina acreciente su grandeza por siglos y siglos y sea para todos los hombres mensajera de libertad, signo de civilización y garantía de justicia. Autor: Joaquín V. González Home - Día de la Bandera